Vivimos un momento único para el cuento. La blogosfera nos acerca y cada vez somos más los que participamos en esta vorágine de lecturas. Nos leemos y comentamos. Aquí encontrarás textos para la reflexión y mentiras, muchas mentiras adornadas de realidad...
También he querido hacer mi pequeño homenaje a esos autores a los que tanto debemos, su influencia pesa sobre nosotros y nos hace crecer.
Puedes participar con tus comentarios si lo deseas porque, ahora que nos contamos tantos cuentos..., es el momento.
Espero que el resultado valga la pena y que te sientas a gusto entre estas páginas.
Rigurosamente vestida de negro ocupaba el puesto que le pertenecía, era la
viuda. Su figura alta y delgada, embutida en un ajustado vestido sastre,
mostraba sus curvas sin pudor y sus gafas de pasta ocultaban buena parte de su
rostro. Desde unos tacones de vértigo miraba a los presentes con aire de
superioridad mientras balanceaba su sedosa melena rubia. Su matrimonio había
durado poco más de un año, en fin, era algo con lo que contaba al haberse
casado con un octogenario.
—¡Señora!
Un golpe de voz seco la
trajo de vuelta a la realidad.
—El señor acaba de llegar.
Imagen: Reinfried Marass
Se envolvió el cuerpo con un amplio pareo lamentándose, una vez más,de que hubiera sido un sueño.
La
cazuela de barro a las brasas de la chimenea, dentro el borboteo de un caldo
con trompicones. La niña delante del fuego vigila de vez en cuando la comida. —Que
cueza lento, —le dijo el padre antes de marchar—, —y remuévelo de vez en
cuando.
A su
padre le gusta ir a la casa de campo, desde niños han ido y a ella, antes le
encantaba jugaba con sus hermanos allí, pero desde hace un par de años todo ha
cambiado, odia esa casa, odia a su familia, ya no encuentra ningún sentido a nada.
A menudo se sorprende pensando en su madre. Aurora no sabe lo que es una madre,
era muy pequeña cuando ella se fue. Mira una gastada fotografía que guarda como un tesoro entre su
ropa interior. Es su madre, pero no tiene ningún recuerdo de ella, y fantasea con
la idea de que se ven, de que hablan. —Algún día la encontraré y no sabré que
es mi madre. Algún día vendrá a mí con lágrimas en los ojos y me pedirá perdón
por todos estos años de abandono—. Después la rabia se apodera de ella y la
odia. El dolor es tan grande que no soporta esa casa, ni esa familia que tiende
a la incomunicación. Ese no es su lugar. Desea con todas sus fuerzas salir de
allí.
Llega
la noche y la niña se disfraza de mujer, se encierra en su cuarto y se
transforma. Brillantina, brillos eternos, ojos perfilados, rojo en los labios,
tacones, falda mini, contoneo de caderas y movimiento de melena. No más de
quince años y ya se siente mayor, la niña quiere vivir rápido, deprisa, siente
que ha estado prisionera en una cárcel y quiere beberse el mundo. Sale
sigilosa, nadie en casa la ve, a pocos metros un coche la espera, entra
sonriente y ambos marchan hacia ese otro mundo que cada noche Aurora busca como
si la vida se fuera a acabar de repente, como si el mañana no existiera. Los hombres
la miran y eso le gusta, siente que es lo mejor que le puede pasar, sabe que
tiene poder, pero es vulnerable, es una niña.
Él La
mira en la distancia, alejado.
La
observa con el dolor que le provoca verla, no entiende nada, no sabe qué hacer. ¿Rescatarla y encerrarla? ¿Qué ha hecho mal? Se pregunta con un nudo en la
garganta.
Ella se ha creado a sí misma en su imaginación,
con esa imagen se siente segura y mientras da largas caladas a un cigarrillo,
él sigue mirándola con ojos protectores. Pero él no es nadie. No sabría cómo
hacer. Cuando le dejó su mujer perdió la dignidad que le quedaba y después apenas
le quedaron fuerzas. Se da media vuelta y se marcha a casa porque se siente
incapaz, no puede vigilar sus pasos. Le gustaría ser más hombre, más seguro,
más malo o más bueno, al fin y al cabo, es nadie.
Ahora,
mientras vuelve a casa desolado, ella rompe su inocencia a golpe de pataleta, y
él piensa cómo hará para que Aurora logre entender que hay más caminos. Él solo
es quien quisiera correr con ella, quien quisiera reír con ella, quien quisiera
contarle que el cielo tiene luces doradas y que ella vale más que todo eso que
parece seducirle.
De
madrugada la oye llegar, coge fuerzas para dominar la situación y sale a su
encuentro, la mira mientras ella es incapaz de sostenerse y le susurra al oído,
despacio, —mañana volvemos a casa.
Aurora
querría un chillido, una bofetada, un gesto amargo de indignación, algo con lo
que poder justificar su comportamiento y poderse atrever a mirar a su padre a
los ojos, pero no puede, solo puede llorar despacio, en silencio, triste y
desolada, esperando un nuevo amanecer.
Son
las tres de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se besa
en un pub, la música suena lenta. Se
ríen y abrazados piensan que no necesitan nada más. Se miran con deseo, beben
los últimos sorbos de cerveza y salen a la calle. Afuera hace frío, pero ellos
solo lo notan al separarse. Suben a un coche, él la mira las piernas, ella sonríe
y coquetea consciente de su poder. Él desea que esa noche no acabe. Ella lo
sabe y decide prolongar la madrugada.
Son
las diez de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se
acurruca en la cama. Él la besa los parpados lentamente, la acaricia suavemente,
dibuja el contorno de su cuerpo con sus dedos debajo de las sábanas y ella se
relaja, se funde con él y piensa que la felicidad está en esa cama. Un niño
llora y lentamente se separan.
Son
las dos de la tarde de un domingo
cualquiera de noviembre. Una pareja se mira cómplice. Él se acerca a ella sigiloso,
le acaricia el pelo, le besa el cuello y le susurra al oído. Ella temblorosa y
agitada se le eriza la piel, se ríe mientras se da la vuelta, le da con un
trapo en el brazo y se abraza a su cuello. Él se acerca a su boca la besa
lentamente y le mordisquea los labios. Ella se estremece y le roza los hombros,
las mejillas, lentamente se abandona al beso que cada vez se hace más profundo.
Suena el timbre y los amantes se miran cómplices, se separan y sienten la
punta de sus dedos mientras sus cuerpos se separan. Serán los niños, le dice ella al tiempo que se acerca a abrir la puerta. Él sonríe y la sigue con la mirada.
Son las
cinco de la tarde. Un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se habla sin
palabras. Ella ojea una revista y disimula que no le mira. Él hace que ve una
película y retiene su mirada cuando la siente sobre él. Al rato se rompe el
silencio. Él apaga el televisor y se acerca a su mujer, ella arisca lo rechaza.
¿Ya no me quieres? Pregunta él. A ella eso le encanta, le gusta cuando la mira,
cuando la persigue con la mirada juguetona y cuando la encuentra, cuando le
pregunta si todavía lo quiere. Le gustaría decirle que sí, que siente lo mismo,
que lo desea, pero en lugar de eso mueve la cabeza, se levanta y le dice, ¡qué
bobadas!
Afuera
las hojas amarillas inundan las aceras. El frío comienza a notarse en la calle y
en un café una pareja solitaria piensa en ese domingo de un día cualquiera de
noviembre.
Hoy he vuelto a casa, después de tanto tiempo sin vernos,
sin hablarnos, sin sentir tu calor. Me fui y nos dejamos de hablar durante
épocas sin darnos cuenta y el tiempo pasa, pasa muy rápido y no somos
conscientes de ello. Da igual, eso no tiene importancia, aquí está mi casa… Estoy
unida a ti porlazos invisibles, siempre
unidas a pesar de la distancia y de múltiples disputas… A veces reniego de ti y
te detesto, pero siempre te llevo dentro, siempre vuelvo a tu lado cuando
necesito cobijo. Te pido perdón por no acordarme más de ti y te doy las gracias
por seguir siempre a mi lado. Tú protestas, siempre protestas, pero no por mis
despistes o por mis defectos, sino por esas muestras de cortesía que tú dices
que no debo de tener contigo, “eso para los extraños”.
¡Cuántas diferencias culturales!
Me siento en casa a pesar de que esta casa ya no es la
que conocía, ¡qué extraño es todo cuando faltas durante tiempo! Y, sin embargo,
la sensación de sosiego, de vuelta al hogar es la misma de siempre.
Hace tiempo ya que me separé de ti para vivir sola,
independiente. Me enseñaste pronto que debía volar, que a tu lado no tenía
futuro y que el futuro estaba lejos. Aquí me formé, me eduqué y en tu regazo
comprendía que en esta vida solo debe darnos miedo la inactividad. Inactivo es
el que no desarrolla una actividad y si para desarrollarla había que irse lejos,
pues se iba. Eso me enseñaste. Me
hubiera gustado también que supieras haberme mantenido a tu lado, que no
hubieras hecho de mí una emigrante eterna con la esperanza de volver siempre.
No pudo ser.
Te miro y siento que toda la sabiduría está en ti,
enorme, majestuosa, siempre atenta. Como una buena madre me recoges y me meces,
meenseñas que eres imperfecta y que
estás llena de dolor, quisiera poder estar más cerca de ti, cuidarte, no es
posible, irremediablemente.
Sonríes y tu cara, siempre de niña, ilumina la mía. Todo
en ti es optimismo y el calor que desprendes es alimento para mi alma. Nos
reímos a carcajadas. Adoro estos momentos que no quiero perder nunca. Los
paseos interminables, las tardes de sol, el sabor de una caña muy fría en una
terraza soleada, el calor sofocante del verano y el frío insoportable del
invierno, el sol, siempre el sol.
No necesitamos hablar porque nos entendemos con mirarnos,
pero hablamos y hablamos sin parar en interminables discursos en los que
podemos decirnos todo lo que llevamos tiempo sin contar, porque es ahora el
momento y no otro, es nuestro momento. Te miro y quiero aprovechar estos
ratitos porque te echaré en falta y te buscaré y no estarás. Buscaré tu calor
en mis días oscuros y fríos, en mis tardes de lluvia, en mis noches solitarias,
tus luminosos amaneceres quedarán lejos y miraré atrás en mi recuerdo. Añoraré las
pequeñas siestas que solo a tu lado consigo disfrutar y las largas noches que
solo tú sabes darme.
Los días en casa me dan fuerza y de nuevo emprendo el
vuelo. Me llevo tu olor, tu sabor y tu calor. Soñaré contigo a pesar de que el
tiempo volverá a atenuar tus rasgos, a mostrarme otros caminos que lejos de ti
sabré hacer míos, pero siempre retornaré pues tan solo soy una emigrante que
siempre desea volver a casa.