Ahora que nos contamos

Vivimos un momento único para el cuento. La blogosfera nos acerca y cada vez somos más los que participamos en esta vorágine de lecturas. Nos leemos y comentamos. Aquí encontrarás textos para la reflexión y mentiras, muchas mentiras adornadas de realidad...

También he querido hacer mi pequeño homenaje a esos autores a los que tanto debemos, su influencia pesa sobre nosotros y nos hace crecer.

Puedes participar con tus comentarios si lo deseas porque, ahora que nos contamos tantos cuentos..., es el momento.

Espero que el resultado valga la pena y que te sientas a gusto entre estas páginas.

19/11/15

Aurora



La cazuela de barro a las brasas de la chimenea, dentro el borboteo de un caldo con trompicones. La niña delante del fuego vigila de vez en cuando la comida.Que cueza lento, —le dijo el padre antes de marchar—, —y remuévelo de vez en cuando.


A su padre le gusta ir a la casa de campo, desde niños han ido y a ella, antes le encantaba jugaba con sus hermanos allí, pero desde hace un par de años todo ha cambiado, odia esa casa, odia a su familia, ya no encuentra ningún sentido a nada. A menudo se sorprende pensando en su madre. Aurora no sabe lo que es una madre, era muy pequeña cuando ella se fue. Mira una gastada  fotografía que guarda como un tesoro entre su ropa interior. Es su madre, pero no tiene ningún recuerdo de ella, y fantasea con la idea de que se ven, de que hablan. —Algún día la encontraré y no sabré que es mi madre. Algún día vendrá a mí con lágrimas en los ojos y me pedirá perdón por todos estos años de abandono—. Después la rabia se apodera de ella y la odia. El dolor es tan grande que no soporta esa casa, ni esa familia que tiende a la incomunicación. Ese no es su lugar. Desea con todas sus fuerzas salir de allí.

Llega la noche y la niña se disfraza de mujer, se encierra en su cuarto y se transforma. Brillantina, brillos eternos, ojos perfilados, rojo en los labios, tacones, falda mini, contoneo de caderas y movimiento de melena. No más de quince años y ya se siente mayor, la niña quiere vivir rápido, deprisa, siente que ha estado prisionera en una cárcel y quiere beberse el mundo. Sale sigilosa, nadie en casa la ve, a pocos metros un coche la espera, entra sonriente y ambos marchan hacia ese otro mundo que cada noche Aurora busca como si la vida se fuera a acabar de repente, como si el mañana no existiera. Los hombres la miran y eso le gusta, siente que es lo mejor que le puede pasar, sabe que tiene poder, pero es vulnerable, es una niña.

Él La mira en la distancia, alejado.
La observa con el dolor que le provoca verla, no entiende nada, no sabe qué hacer. ¿Rescatarla y encerrarla? ¿Qué ha hecho mal? Se pregunta con un nudo en la garganta.
 Ella se ha creado a sí misma en su imaginación, con esa imagen se siente segura y mientras da largas caladas a un cigarrillo, él sigue mirándola con ojos protectores. Pero él no es nadie. No sabría cómo hacer. Cuando le dejó su mujer perdió la dignidad que le quedaba y después apenas le quedaron fuerzas. Se da media vuelta y se marcha a casa porque se siente incapaz, no puede vigilar sus pasos. Le gustaría ser más hombre, más seguro, más malo o más bueno, al fin y al cabo, es nadie.
Ahora, mientras vuelve a casa desolado, ella rompe su inocencia a golpe de pataleta, y él piensa cómo hará para que Aurora logre entender que hay más caminos. Él solo es quien quisiera correr con ella, quien quisiera reír con ella, quien quisiera contarle que el cielo tiene luces doradas y que ella vale más que todo eso que parece seducirle.
De madrugada la oye llegar, coge fuerzas para dominar la situación y sale a su encuentro, la mira mientras ella es incapaz de sostenerse y le susurra al oído, despacio, —mañana volvemos a casa.

Aurora querría un chillido, una bofetada, un gesto amargo de indignación, algo con lo que poder justificar su comportamiento y poderse atrever a mirar a su padre a los ojos, pero no puede, solo puede llorar despacio, en silencio, triste y desolada, esperando un nuevo amanecer.  








3/11/15

Un domingo cualquiera de noviembre



Son las tres de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se besa en un pub, la música suena lenta. Se ríen y abrazados piensan que no necesitan nada más. Se miran con deseo, beben los últimos sorbos de cerveza y salen a la calle. Afuera hace frío, pero ellos solo lo notan al separarse. Suben a un coche, él la mira las piernas, ella sonríe y coquetea consciente de su poder. Él desea que esa noche no acabe. Ella lo sabe y decide prolongar la madrugada.

Son las diez de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se acurruca en la cama. Él la besa los parpados lentamente, la acaricia suavemente, dibuja el contorno de su cuerpo con sus dedos debajo de las sábanas y ella se relaja, se funde con él y piensa que la felicidad está en esa cama. Un niño llora y lentamente se separan.

Son las dos  de la tarde de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se mira cómplice. Él se acerca a ella sigiloso, le acaricia el pelo, le besa el cuello y le susurra al oído. Ella temblorosa y agitada se le eriza la piel, se ríe mientras se da la vuelta, le da con un trapo en el brazo y se abraza a su cuello. Él se acerca a su boca la besa lentamente y le mordisquea los labios. Ella se estremece y le roza los hombros, las mejillas, lentamente se abandona al beso que cada vez se hace más profundo. Suena el timbre y los amantes se miran cómplices, se separan y sienten la punta de sus dedos mientras sus cuerpos se separan. Serán los niños, le dice ella al tiempo que se acerca a abrir la puerta. Él sonríe y la sigue con la mirada.

Son las cinco de la tarde. Un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se habla sin palabras. Ella ojea una revista y disimula que no le mira. Él hace que ve una película y retiene su mirada cuando la siente sobre él. Al rato se rompe el silencio. Él apaga el televisor y se acerca a su mujer, ella arisca lo rechaza. ¿Ya no me quieres? Pregunta él. A ella eso le encanta, le gusta cuando la mira, cuando la persigue con la mirada juguetona y cuando la encuentra, cuando le pregunta si todavía lo quiere. Le gustaría decirle que sí, que siente lo mismo, que lo desea, pero en lugar de eso mueve la cabeza, se levanta y le dice, ¡qué bobadas!

Afuera las hojas amarillas inundan las aceras. El frío comienza a notarse en la calle y en un café una pareja solitaria piensa en ese domingo de un día cualquiera de noviembre.