—Yo no lo hice, lo juro, ¡usted tiene que creerme!
La acusada comenzó a sollozar y el juez la hizo sentarse y mantener la calma. Toda la sala estaba en silencio y esperaba con expectación la resolución de los hechos.
La acusada comenzó a sollozar y el juez la hizo sentarse y mantener la calma. Toda la sala estaba en silencio y esperaba con expectación la resolución de los hechos.
—Continúe por favor, sé que esto le puede resultar difícil pero debemos
terminar cuanto antes, el juicio ya se está demorando bastante.
La acusada se sentó y ahora más tranquila dijo:
—Señor juez todo comenzó porque con mi mísera pensión no tengo suficiente
para cubrir los gastos mínimos, entonces, sabe usted, una vecina me aconsejó que podía alquilar una
habitación. Al principio a mí la idea no me gustó nada. ¡Meter a un desconocido
en mi casa! Pero ante mi precaria situación, lo fui considerando. Con
esta crisis no me fue difícil encontrar quien quisiera la habitación y se la
alquilé a un divorciado por un módico precio. Era lo justo para cubrir gastos. Él era un hombre educado, muy amable, incluso a veces me
traía algunas compras del mercado. Pero al poco tiempo la cosa comenzó a empeorar. ¡Todo
fue por esa bruja con la que se juntó! Sí, una de esas que van vestidas de fulanas y que se les meten a los hombres en la cabeza y no les deja pensar. Pues
eso, la cosa comenzó a empeorar. Él ya no conversaba conmigo, ni se interesaba
por si yo pudiera necesitar algo, como solía hacer antes. A la chica esa la
subió un par de veces a su habitación, decía que era un momento, que solo
cogería algo y se irían, pero a mí no me gustaba y sé que cuando yo salía, la bruja esa se metía en mi casa y ¡a saber que hacían! El caso es que una noche oí unos
gritos extraños procedente de la habitación de mi inquilino y me acerqué. No
para curiosear, no señor, me acerqué con la intención de ayudar, parecía que
gritaba de miedo. Sin embargo, me quedé parada en el resquicio de la puerta. No
me atrevía a invadir su intimidad, y lo vi, señor juez, vi como debajo de su
puerta salía la sombra. Entonces fue cuando me atreví a abrir la puerta y… ¡Ay,
qué desgracia! Él estaba tumbadito en la
cama y salía sangre de su cuello.
—Dice usted que la víctima yacía en su cama con una herida de arma blanca
en el cuello. Interrumpió el juez. — La misma arma con la que la encontró a
usted la policía.
— ¡No señor! No era la misma, que yo la cogí de mi cocina para defenderme
de la sombra que me asustó, pero yo no lo maté, ¿por qué iba yo a querer hacer
algo así? A mí el hombre me agradaba. Ya le dije a la policía que la asesina fue la fulana, perdón, tiene usted
razón, no debo de faltar. Quiero decir, yo desde el principio sospeché de su
amiga y así se lo dije a la policía. No sé por qué me detuvieron a mí. Yo solo
me asusté de la sombra.
—Pero el cuchillo tenía sangre, sangre procedente de la víctima.
—Bueno, señor juez, eso tiene una explicación. La sombra que vi debía haber
sido de la víctima y en aquel momento abandonaba su cuerpo y yo, al asustarme
la zarandeé con el cuchillo, algo de él tenía que tener esa sombra todavía
porque hacía poco que le había abandonado. ¡Pero al señor no lo
maté, eso sí que no!
Enhorabuena Yolanda es tremendamente original y muy bien escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es una de mis manías, me gusta la originalidad. Gracias Carmen.
ResponderEliminarYa lo dije: este relato es bueno, muy bueno. Gracias, Yolanda, por escribir tan bien y por compartirlo.
ResponderEliminarGracias a ti, Carmen Marina, por tu comentario. Ya sabes, no hay mayor acicate que el comprobar que lo que escribes gusta a los demás.
ResponderEliminarBesos
Este texto confirma lo que yo digo: el medo no es buen consejero. Entre el respeto y el miedo hay una línea divisoria muy leve que si se pasa...
ResponderEliminarOriginal, dinámico... me ha gustado mucho, Yolanda.
Besos y abrazos.
Mari Carmen, me alegro de verte por aquí y de que te haya gustado el relato. Muchas gracias por tu comentario.
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