Me
gusta verles, así, como tú lo haces ahora.
Cada tarde los veo pasear cogidos de la mano.
A menudo se regalan algún arrumaco. Se miran y sonríen. No dicen nada porque no
tienen nada que decirse y, sin embargo, con su mirada se lo dicen todo. La
magia todavía perdura. Suelo observarles en silencio, ensimismada en sus
pequeños detalles tan sutiles como elocuentes. Dicen que son muy raros, ya no
se ven casos así. Sorprende tanto verles que a su paso las miradas se suceden,
envidiosas y letales algunas, cariñosas otras. Ellos inmunes a los demás
continúan, pendientes tan solo de su deambular. A veces alguno suspira, es
un suspiro intenso, lleno de gratitud, entonces el otro le aprieta un poco más
la mano al tiempo que recuerdan y sienten, porque nunca han dejado de sentir. Cualquiera
al verles imaginaría que llevan muchos años de complicidad, de compartir tantas
cosas… Que no sabrían vivir el uno sin el otro. Pareciera que llevaran juntos
toda una vida… Sin embargo, no es así, cada uno tiene sus propios recuerdos, su
vida paralela.
Se
conocieron hace ya muchos años, pero ninguno de los dos se sentía seguro de sí
mismo, el temor a no ser correspondido no les dejó confesar lo que sentían hasta
ahora, cuando ya ninguno tiene nada que perder, cuando han aprendido que solo
pierde quien no lo intenta.
Los
veo alejarse con paso cansado pero decidido, sin importarles el mundo, con esa
indiferencia que siempre debieron de tener y el espíritu de quien se sabe
poseedor de un gran tesoro. Se pierden en el espacio que recorro con la mirada
y me quedo pensativa.
Siento como tú ahora, que algo dentro de mí ha cambiado.