Me encantó tu mirada desde el primer momento, desde el
primer renglón en el que nos conocimos y quise tener una historia contigo. ¡Qué
ilógico! Mi vida que es tan efímera como el tiempo que tarda una persona en
recorrerla con la vista, intentando formar parte de la tuya, tan libre, tan
irresistiblemente vital. Comencé a sentir tristeza al comprender que nuestra
relación no podía durar y quise retrasar ese momento con todas mis fuerzas.
Me paseaba de una página a otra sin orden, siguiendo el
impulso de mi atolondrada existencia. Tú te volvías loca. Leías, leías y volvías
a empezar sin entender nada, sin comprender la lectura. Me gustaba ese juego
perverso en el que te sumergía, te veía desorientada entre las páginas en las que habito y en las que
tantos y tantos antes de ti se habían
paseado, y no podía evitar confundirte. No
obstante, algo me decía que si seguía por ese camino te cansarías y me
abandonarías antes de llegar al final, por eso decidí que había llegado el
momento de relajarme y dejarte disfrutar.
¡Qué ratos tan
intensos pasé contigo!, y lo sé, tú también estabas a gusto entre mis líneas.
Pero llegó el momento, el irremediable momento de nuestra separación en la que con lágrimas
en los ojos me dijiste adiós. Yo no podía hacer nada más por retenerte a mi
lado y un golpe seco nos separó. Aquí me quedé esperando que algún día
queriendo recordar esos preciosos instantes que pasamos juntos vuelvas a mí y
releas este pedazo de mundo que es mi vida.
Foto: Paola Peinado