Son
las tres de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se besa
en un pub, la música suena lenta. Se
ríen y abrazados piensan que no necesitan nada más. Se miran con deseo, beben
los últimos sorbos de cerveza y salen a la calle. Afuera hace frío, pero ellos
solo lo notan al separarse. Suben a un coche, él la mira las piernas, ella sonríe
y coquetea consciente de su poder. Él desea que esa noche no acabe. Ella lo
sabe y decide prolongar la madrugada.
Son
las diez de la mañana de un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se
acurruca en la cama. Él la besa los parpados lentamente, la acaricia suavemente,
dibuja el contorno de su cuerpo con sus dedos debajo de las sábanas y ella se
relaja, se funde con él y piensa que la felicidad está en esa cama. Un niño
llora y lentamente se separan.
Son
las dos de la tarde de un domingo
cualquiera de noviembre. Una pareja se mira cómplice. Él se acerca a ella sigiloso,
le acaricia el pelo, le besa el cuello y le susurra al oído. Ella temblorosa y
agitada se le eriza la piel, se ríe mientras se da la vuelta, le da con un
trapo en el brazo y se abraza a su cuello. Él se acerca a su boca la besa
lentamente y le mordisquea los labios. Ella se estremece y le roza los hombros,
las mejillas, lentamente se abandona al beso que cada vez se hace más profundo.
Suena el timbre y los amantes se miran cómplices, se separan y sienten la
punta de sus dedos mientras sus cuerpos se separan. Serán los niños, le dice ella al tiempo que se acerca a abrir la puerta. Él sonríe y la sigue con la mirada.
Son las
cinco de la tarde. Un domingo cualquiera de noviembre. Una pareja se habla sin
palabras. Ella ojea una revista y disimula que no le mira. Él hace que ve una
película y retiene su mirada cuando la siente sobre él. Al rato se rompe el
silencio. Él apaga el televisor y se acerca a su mujer, ella arisca lo rechaza.
¿Ya no me quieres? Pregunta él. A ella eso le encanta, le gusta cuando la mira,
cuando la persigue con la mirada juguetona y cuando la encuentra, cuando le
pregunta si todavía lo quiere. Le gustaría decirle que sí, que siente lo mismo,
que lo desea, pero en lugar de eso mueve la cabeza, se levanta y le dice, ¡qué
bobadas!
Afuera
las hojas amarillas inundan las aceras. El frío comienza a notarse en la calle y
en un café una pareja solitaria piensa en ese domingo de un día cualquiera de
noviembre.
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