Ahora que nos contamos

Vivimos un momento único para el cuento. La blogosfera nos acerca y cada vez somos más los que participamos en esta vorágine de lecturas. Nos leemos y comentamos. Aquí encontrarás textos para la reflexión y mentiras, muchas mentiras adornadas de realidad...

También he querido hacer mi pequeño homenaje a esos autores a los que tanto debemos, su influencia pesa sobre nosotros y nos hace crecer.

Puedes participar con tus comentarios si lo deseas porque, ahora que nos contamos tantos cuentos..., es el momento.

Espero que el resultado valga la pena y que te sientas a gusto entre estas páginas.

30/7/12

El inquilino


—Yo no lo hice, lo juro, ¡usted tiene que creerme! 

La acusada comenzó a sollozar y el juez la hizo sentarse y mantener la calma. Toda la sala estaba en silencio y esperaba con expectación la resolución de los hechos.

—Continúe por favor, sé que esto le puede resultar difícil pero debemos terminar cuanto antes, el juicio ya se está demorando bastante.

La acusada se sentó y ahora más tranquila dijo:

—Señor juez todo comenzó porque con mi mísera pensión no tengo suficiente para cubrir los gastos mínimos, entonces, sabe usted, una vecina  me aconsejó que podía alquilar una habitación. Al principio a mí la idea no me gustó nada. ¡Meter a un desconocido en mi casa! Pero ante mi precaria situación, lo fui considerando. Con esta crisis no me fue difícil encontrar quien quisiera la habitación y se la alquilé a un divorciado por un módico precio. Era lo justo para cubrir gastos. Él era un hombre educado, muy amable, incluso a veces me traía algunas compras del mercado. Pero al poco tiempo la cosa comenzó a empeorar. ¡Todo fue por esa bruja con la que se juntó! Sí, una de esas que van vestidas de fulanas y que se les meten a los hombres en la cabeza y no les deja pensar. Pues eso, la cosa comenzó a empeorar. Él ya no conversaba conmigo, ni se interesaba por si yo pudiera necesitar algo, como solía hacer antes. A la chica esa la subió un par de veces a su habitación, decía que era un momento, que solo cogería algo y se irían, pero a mí no me gustaba y sé que cuando yo salía, la bruja esa se metía en mi casa y ¡a saber que hacían! El caso es que una noche oí unos gritos extraños procedente de la habitación de mi inquilino y me acerqué. No para curiosear, no señor, me acerqué con la intención de ayudar, parecía que gritaba de miedo. Sin embargo, me quedé parada en el resquicio de la puerta. No me atrevía a invadir su intimidad, y lo vi, señor juez, vi como debajo de su puerta salía la sombra. Entonces fue cuando me atreví a abrir la puerta y… ¡Ay, qué desgracia!  Él estaba tumbadito en la cama y salía sangre de su cuello.

—Dice usted que la víctima yacía en su cama con una herida de arma blanca en el cuello. Interrumpió el juez. — La misma arma con la que la encontró a usted la policía.
— ¡No señor! No era la misma, que yo la cogí de mi cocina para defenderme de la sombra que me asustó, pero yo no lo maté, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? A mí el hombre me agradaba. Ya le dije a la policía que  la asesina fue la fulana, perdón, tiene usted razón, no debo de faltar. Quiero decir, yo desde el principio sospeché de su amiga y así se lo dije a la policía. No sé por qué me detuvieron a mí. Yo solo me asusté de la sombra.
—Pero el cuchillo tenía sangre, sangre procedente de la víctima.
—Bueno, señor juez, eso tiene una explicación. La sombra que vi debía haber sido de la víctima y en aquel momento abandonaba su cuerpo y yo, al asustarme la zarandeé con el cuchillo, algo de él tenía que tener esa sombra todavía porque hacía poco que le había abandonado. ¡Pero al señor no lo maté, eso sí que no!



19/7/12

Un nuevo día



Claudia pensó una vez más que no pertenecía a ese sitio. Hacía tiempo que no le apetecía hacer nada. En el instituto cada vez iba peor y para colmo, había visto a Richard enrollándose con una desconocida. Podía ser dolor lo que sentía pero ella sabía que era algo más, insatisfacción. Escuchar rap era lo único que le consolaba en aquellos momentos. Los poetas del siglo XXI la trasladaban a ese mundo soñado que ansiaba con sus canciones protesta repletas de carga emocional. Se bebió un café con leche y salió disparada al instituto. Nada había cambiado, todo era exactamente igual que siempre. Aquella apacible vida la estaba matando, quería emociones y allí no las encontraría.
Aquél día al igual que en los últimos meses no se pudo concentrar en nada, a cada momento su mente la trasladaba un único mensaje: “este no es tu sitio”, “tú no perteneces a este lugar”, “debes buscar tu lugar”. Era horrible, si continuaba así iba a volverse loca. Debía hacer algo y rápido, todo le asqueaba, el lugar, la gente, sus amigas ya no parecían tan buenas y los chicos, eran tan decepcionantes… Al terminar las clases caminó despacio hacia su casa, no tenía intención de llegar temprano, allí tampoco estaba muy a gusto, últimamente la relación con su padre no era para tirar cohetes. ¡Quizá pudiera hacer algo diferente! Siempre había sido buena estudiante pero ahora… La desidia era total. ¡Para qué tanto esfuerzo! Se preguntaba a menudo.
Cuando llegó a casa supo de inmediato que no era el momento adecuado para plantear ningún tema. Sus padres discutían, ¡era el colmo! Su padre se marchó dando un portazo a la puerta y Claudia no pudo más, cogió sus pocos ahorros y salió de casa dispuesta a no volver. En su deambular por la ciudad se encontró con un pintor y se paró embelesada a mirar los retratos que se hallaban expuestos. Ni por un momento hubiera pensado hacerse uno, pero de repente, ante la  mirada profunda de  aquel artista no supo moverse y, olvidándose de que el dinero que llevaba eran sus pocos ahorros para comenzar una nueva vida, se sentó dispuesta a ser retratada. El pintor no paraba de hablar. Hablaba de sus amigos, de lo enriquecedora que era la amistad, de la suerte de tener en quien confiar, del verdadero sentido de la vida, de la lucha por vivir haciendo lo que te gusta. Y aunque Claudia en un primer momento receló, aquello le hizo pensar. Cuando estuvo terminado su retrato Claudia lo miró y no se vio en él, era completamente diferente la imagen que aparecía y sin embargo, estaban los ojos, sus mismos ojos dentro de una cara triste. ¡Esta no soy yo! Increpó al pintor con soberbia. Sí lo eres, le dijo el desconocido, pero todavía no lo sabes, estás en el camino de serlo, aunque, si quieres lo puedes cambiar. Tú decides. Y se marchó recogiendo su trabajo y dando la espalda a una Claudia dubitativa que con el cuadro entre sus manos y en contra de lo que pensaba hacer, se dio media vuelta y volvió a su casa. Algo dentro de ella había cambiado.
Durante un tiempo se dedicó con ahínco  a buscar, no sabía exactamente el qué.          Cuál será mi camino. Se preguntaba a menudo. Estaba tan perdida… A pesar de todo era tenaz y no se rendía. Pensó que debía salir de su entorno, conocer lugares, personas, viajar era la solución para buscar lo que ansiaba pero… No disponía de medios para ello.  Entonces fue cuando comenzó a probar con todo lo que aparecía en su camino. Sin embargo, fue inútil, no consiguió encontrar lo que buscaba, hasta que concluyó con que nunca encontraría  sentido a su vida.
Cansada de buscar, se sentó intentando reflexionar y…  Ocurrió algo que nunca antes le había sucedido, escuchó su propio silencio, y se  sintió tan bien que decidió escucharse todos los días. Aprendió a conocerse y su vida resultó mucho más atractiva. Dedicarse unos minutos al día a sí misma le proporcionó unas riquezas que antes ni tan siquiera sospechaba que pudieran existir. Supo ver la belleza que se escondía en tantas cosas, en tantas personas… Aparecieron tesoros en los que nunca había reparado, el mundo parecía otro, todo era diferente. Creyó reconocer ahora la verdadera amistad y el verdadero sentido de todas las cosas. Todo estaba allí, dentro de ella, siempre había estado. En ese momento, por fin, se sintió capaz de ser lo que quisiera ser e instantáneamente supo ver lo que quería. Era tanto lo que podía dar y recibir a cambio Y era tan gratificante para ella, como la sensación de que por primera vez en su vida algo realmente importante estaba sucediendo.
Cogió lápiz y papel y las historias comenzaron a surgir. Su vida por fin tenía sentido. En ese momento se acordó del cuadro, lo miró y descubrió que no era el mismo, ahora podía ver un rostro que brillaba de felicidad, era el mismo brillo que se reflejaba en su mirada.

17/7/12

Sin escrúpulos


Todavía no era capaz de someter a aquellos inocentes a las agresivas prácticas que sus compañeros, acostumbrados ya, llevaban a cabo sin el menor escrúpulo. Pero no le costaría mucho trabajo, era solo cuestión de tiempo. En el momento en que probara el elixir resultante de todo aquello, no tendría tantos inconvenientes.
Cuando su jefe apareció a última hora en la oficina para comprobar si había cumplido con los objetivos marcados, solo le pudo presentar las operaciones realizadas a dos jubilados cuya pensión no alcazaba para cubrir gastos, y una viuda que llevaba tiempo en el paro. No estaba mal para el primer día y,  sin embargo, el tono con el que su superior se dirigió a él demostraba que era insuficiente. Él era el nuevo en la sucursal bancaria y la presión solo acababa de empezar.
Al poco tiempo no tuvo ningún inconveniente en dejar a una familia, y a otra, y así sucesivamente… Sin vivienda. Él solo cumplía con su trabajo. Pasó el tiempo y todo se complicó un poco, la gente ya no era tan confiada y parecía que hasta su puesto estaba en peligro. Fue una mañana al llegar a la oficina cuando sucedió. Su carta de despido estaba sobre su mesa. El banco a pesar de todos los intentos y demás inyecciones, no lograba remontar. Después de quince años de lucha en aquella sucursal sin el menor reparo lo despedían. Bueno, se dijo, al menos cuento  con varias casas que supe comprar a tiempo.  
                                 Viñeta: J. Macipe

8/7/12

Las divinas


Buscando caminos se encontraron. Dicen que fue el azar, sin embargo, estoy segura de que solo el azar no fue suficiente. Alguien muy inteligente me dijo una vez que la amistad está en nuestro  interior, y yo creo que estas chicas estaban predispuestas en su interior para ser las mejores amigas. No importa la edad que tengas, ni a lo que te dediques, ni lo complicada o sencilla que sea tu vida, cuando encuentras en tu camino a alguien con quien merece la pena compartir, estás de suerte. Ya solo queda conservarlo.

Pronto supieron confiar entre ellas, supieron actuar con franqueza y además... Estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.  

Conectar fue muy fácil, enseguida llegaron a comprenderse. Todo y nada; todo cuando lo necesitaban, nada cuando no era el momento. Y por supuesto, estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.

Y como cada una de ellas era tan diferente y tan especial consiguieron algo que solo quien es afortunado consigue (pero, eso sí, no se dieron cuenta, fue algo que llega sin hacer ruido, de puntillas; con la sutileza de la buena bailarina, el canto melodioso de ese piano que consigue emocionarte, el dulce aroma de la cocina que cautiva al paladar más refinado o la elegancia personal llegada desde los Alpes con aire fresco de las montañas), el corazón desinteresado de la amiga fiel,  la grandeza de una ayuda precisa en el momento oportuno o la satisfacción de saber que existe un lazo no impuesto que es tan fuerte como ellas quieran que sea. Y, por supuesto, todas las risa, tantas risas, más risas, muchas risas.

Se hicieron llamar las divinas y yo las conocí, sí, fui afortunada porque con ellas nunca me faltó sobre todo, algo muy importante: las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
 Foto: autor desconocido

1/7/12

La cita



Veinte años. Ese era el tiempo que hacía que se había casado y siempre fue fiel, aunque los buenos momentos duraron poco. Pronto comenzaron a aislarse dentro de su monotonía.

Cansada  de una vida gris y aburrida decidió dar un paso de gigante y hacer una locura.  Dijo sí, a aquel desconocido que le pidió una cita por internet, y con paso tembloroso llegó a la estación donde le encontraría vestido de blanco, como habían acordado.

Antes de bajar del tren lo vio y por un momento pensó esconderse, pero ya era tarde. Un hombre de impoluto blanco la miraba tan sorprendido como ella, pero con una leve sonrisa, la misma que la enamoró veinte años atrás.




                                                                                                                                   Foto: Robert doisneau