Rigurosamente vestida de negro ocupaba el puesto que le pertenecía, era la
viuda. Su figura alta y delgada, embutida en un ajustado vestido sastre,
mostraba sus curvas sin pudor y sus gafas de pasta ocultaban buena parte de su
rostro. Desde unos tacones de vértigo miraba a los presentes con aire de
superioridad mientras balanceaba su sedosa melena rubia. Su matrimonio había
durado poco más de un año, en fin, era algo con lo que contaba al haberse
casado con un octogenario.
—¡Señora!
Un golpe de voz seco la
trajo de vuelta a la realidad.
—El señor acaba de llegar.
Imagen: Reinfried Marass |
Se envolvió el cuerpo con un amplio pareo lamentándose, una vez más, de que hubiera sido un sueño.
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