Ahora que nos contamos

Vivimos un momento único para el cuento. La blogosfera nos acerca y cada vez somos más los que participamos en esta vorágine de lecturas. Nos leemos y comentamos. Aquí encontrarás textos para la reflexión y mentiras, muchas mentiras adornadas de realidad...

También he querido hacer mi pequeño homenaje a esos autores a los que tanto debemos, su influencia pesa sobre nosotros y nos hace crecer.

Puedes participar con tus comentarios si lo deseas porque, ahora que nos contamos tantos cuentos..., es el momento.

Espero que el resultado valga la pena y que te sientas a gusto entre estas páginas.

26/5/12

Un intruso en mi vida


Estoy sentada y lo veo jugar. Va de un lado a otro en su misión de explorador. Se sube trabajosamente a las patas de mi silla giratoria y cuando lo consigue vuelca sobre ella, le gusta balancearse. Continúa su búsqueda, se pasea por todos los rincones, a veces resbala y se cae un poco de lado, creo que cojea de una pata, cansado viene a mis pies. Se acerca sigiloso, cada vez un poquito más hasta que confiado se refugia a mi lado con su pequeña patita en mi zapatilla. Me levanto y se despierta, me persigue, inspecciona el entorno en el que estamos, nunca se aleja demasiado. Vuelvo a mi silla y él conmigo. Ahora juega pon los pompones blancos que cuelgan de mis zapatillas y siento que este pequeño intruso podría formar parte de mi vida.

El teléfono no para de sonar. Los mensajes se me amontonan. Tengo tanto trabajo que me planteo seriamente si podré cuidar de él, no sé si estaré preparada para este cambio en mi vida. Más trabajo… Me mira y sonrío, es enternecedor.

Una llamada inesperada me avisa de que alguien está interesado, me lo pienso, sopeso los pros y los contras. Decido que no estoy preparada para esta responsabilidad y que lo mejor será entregarlo antes de que sea demasiado tarde.

Mientras conduzco mi corazón se acelera, tengo un nudo en el estomago y siento ganas de dar media vuelta. No, he de ser consecuente con mis actos. Llego a mi cita y me pregunto por qué estoy allí. Siento un dolor en el pecho que trato de paliar, no sé cómo. Me doy cuenta ahora de que he venido tan concentrada en mis pensamientos que ni siquiera he puesto música. Para qué, no tiene sentido cuando te sientes tan triste. Su nuevo dueño se dirige a mí y… ¡Esto no debería ser así! ¡Esto debería ser algo natural! Al entregárselo en su pequeña caja de cartón improvisada, siento congoja y todas las lágrimas en mis ojos. Abrimos la caja y está allí, acurrucadito entre la camiseta que le puse para sentirse seguro.

Su nuevo dueño me mira un poco incrédulo, está dudando de mis intenciones, le desconcierto. Supongo que se pregunta por qué se lo doy si me da tanta pena. Trato de justificarme aunque no engaño a nadie, sólo intento engañarme a mí misma.

Subo de nuevo al coche camino a casa y ahora sí soy consciente de que no escucho música, no me apetece. Sola, con mi sentimiento de tristeza, pienso cómo ese pequeño gato abandonado, con su pequeña cojera y su carita triste, al  que no supe dar nombre, ha podido cautivarme de esa manera.

Llego a casa y miro el reloj. Se ha parado

                                                                  Imagen: Paola Peinado

20/5/12

¡De hoy no pasa!


Como venía haciendo desde hacía tanto tiempo, me senté frente al ordenador y me dispuse a escribir. No era consciente de lo que escribía hasta que sonó el timbre y desperté del letargo en el que la escritura me había embutido. Después de contestar con amabilidad a la vecina que no sé qué me decía de un ruido que se oía en la escalera, leí lo escrito hasta entonces. Todo era absurdo, sin fuerza. Mis ansias creadoras se confundían con una banal y absoluta desidia. Comprendí que era el momento de despertar, o quizás el momento de resucitar, a juzgar por cómo mi total estado de latencia me había sumergido en algo más próximo a la muerte que a la vida. Decidí, por primera vez en mi vida consciente de mis pensamientos, que había llegado el momento de la verdad, mi vida debía dar un giro de 180 grados o yo perecería entre sus lagunas de desdén absoluto.
Sin vacilación me dispuse a Hacer un pequeña maleta con lo más necesario y sin pensármelo dos veces cerré la puerta de mi casa sin saber por cuánto tiempo.
Me dirigía a casa de mi hermana para pedirle la autocaravana. Sería sólo por unos días y ella ahora no la utilizaba. Me sorprendió ver, cuando llegué a su casa, las ventanas todavía cerradas. A esas horas ella normalmente ya había llegado de trabajar. Llamé al timbre, un interruptor aparatoso que me producía sacudidas en el estomago al pulsarlo. Me temblaban los brazos, tenía sed y ese vértigo que hace que las pulsaciones se aceleren al sentirte próximo al abismo. Volví a pulsar, ahora con más timidez, no sabía bien lo que estaba haciendo. Esperé y cada minuto se hacía eterno. Cuando estaba dispuesta a irme escuché una voz por el interfono.
El trepidante y molesto rugido del telefonillo al ejercer su trabajo de abrir la puerta taladró mi cerebro. Perdí la movilidad, mis músculos no respondían. Pensaría que era un loca. Qué le iba a decir, que me iba por ahí a pasar la vida, a recorrer mundo en su autocaravana. El maldito interruptor seguía descontrolado provocándome tantas molestias que poco a poco fui moviéndome. Primero los brazos, las piernas, poco a poco estiré mis articulaciones al tiempo que abría los ojos y me alejaba de esa puerta, de ese timbre, de esa libertad. Mi habitación apareció entonces ante mis ojos y sentí el alivio de la seguridad y la angustia de sentirme en el mismo punto muerto. 
¡De hoy no pasa! Me dije mientras me desperezaba.

Imagen: autor desconocido   

6/5/12

The one I Love


   
Sonaba The one I Love de Rem mientras ella sorbía los últimos sorbos de un té con leche demasiado amargo y se secaba una lagrima póstuma imposible de controlar.
Él cerró la puerta de golpe y bajó estrepitosamente las escaleras que le separarían de aquella escena.
Ella se recostó en el sillón, cerró los ojos y sintió la música, esto le hizo llorar con ganas.
Él aminoró el paso y ya, más relajado entró en una cafetería.
Ella encendió el portátil.
Él pidió un café solo, cogió el móvil y escribió: —se acabó.
Ella cambió de expresión, un correo acababa de llegar, temblorosa lo abrió  —¿Estás ahí? —Sí —contestó al tiempo que se incorporaba—. Hoy puede ser un buen día para conocernos.
La música cesó.