Hoy he vuelto a casa, después de tanto tiempo sin vernos,
sin hablarnos, sin sentir tu calor. Me fui y nos dejamos de hablar durante
épocas sin darnos cuenta y el tiempo pasa, pasa muy rápido y no somos
conscientes de ello. Da igual, eso no tiene importancia, aquí está mi casa… Estoy
unida a ti por lazos invisibles, siempre
unidas a pesar de la distancia y de múltiples disputas… A veces reniego de ti y
te detesto, pero siempre te llevo dentro, siempre vuelvo a tu lado cuando
necesito cobijo. Te pido perdón por no acordarme más de ti y te doy las gracias
por seguir siempre a mi lado. Tú protestas, siempre protestas, pero no por mis
despistes o por mis defectos, sino por esas muestras de cortesía que tú dices
que no debo de tener contigo, “eso para los extraños”.
¡Cuántas diferencias culturales!
Me siento en casa a pesar de que esta casa ya no es la
que conocía, ¡qué extraño es todo cuando faltas durante tiempo! Y, sin embargo,
la sensación de sosiego, de vuelta al hogar es la misma de siempre.
Hace tiempo ya que me separé de ti para vivir sola,
independiente. Me enseñaste pronto que debía volar, que a tu lado no tenía
futuro y que el futuro estaba lejos. Aquí me formé, me eduqué y en tu regazo
comprendía que en esta vida solo debe darnos miedo la inactividad. Inactivo es
el que no desarrolla una actividad y si para desarrollarla había que irse lejos,
pues se iba. Eso me enseñaste. Me
hubiera gustado también que supieras haberme mantenido a tu lado, que no
hubieras hecho de mí una emigrante eterna con la esperanza de volver siempre.
No pudo ser.
Te miro y siento que toda la sabiduría está en ti,
enorme, majestuosa, siempre atenta. Como una buena madre me recoges y me meces,
me enseñas que eres imperfecta y que
estás llena de dolor, quisiera poder estar más cerca de ti, cuidarte, no es
posible, irremediablemente.
Sonríes y tu cara, siempre de niña, ilumina la mía. Todo
en ti es optimismo y el calor que desprendes es alimento para mi alma. Nos
reímos a carcajadas. Adoro estos momentos que no quiero perder nunca. Los
paseos interminables, las tardes de sol, el sabor de una caña muy fría en una
terraza soleada, el calor sofocante del verano y el frío insoportable del
invierno, el sol, siempre el sol.
No necesitamos hablar porque nos entendemos con mirarnos,
pero hablamos y hablamos sin parar en interminables discursos en los que
podemos decirnos todo lo que llevamos tiempo sin contar, porque es ahora el
momento y no otro, es nuestro momento. Te miro y quiero aprovechar estos
ratitos porque te echaré en falta y te buscaré y no estarás. Buscaré tu calor
en mis días oscuros y fríos, en mis tardes de lluvia, en mis noches solitarias,
tus luminosos amaneceres quedarán lejos y miraré atrás en mi recuerdo. Añoraré las
pequeñas siestas que solo a tu lado consigo disfrutar y las largas noches que
solo tú sabes darme.
Los días en casa me dan fuerza y de nuevo emprendo el
vuelo. Me llevo tu olor, tu sabor y tu calor. Soñaré contigo a pesar de que el
tiempo volverá a atenuar tus rasgos, a mostrarme otros caminos que lejos de ti
sabré hacer míos, pero siempre retornaré pues tan solo soy una emigrante que
siempre desea volver a casa.
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