Buscando caminos se
encontraron. Dicen que fue el azar, sin embargo, estoy segura de que solo el azar
no fue suficiente. Alguien muy inteligente me dijo una vez que la amistad está
en nuestro interior, y yo creo que estas
chicas estaban predispuestas en su interior para ser las mejores amigas. No importa
la edad que tengas, ni a lo que te dediques, ni lo complicada o sencilla que
sea tu vida, cuando encuentras en tu camino a alguien con quien merece la pena
compartir, estás de suerte. Ya solo queda conservarlo.
Pronto supieron confiar entre ellas, supieron actuar con franqueza y además... Estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Conectar fue muy fácil, enseguida llegaron a comprenderse. Todo y nada; todo cuando lo necesitaban, nada cuando no era el momento. Y por supuesto, estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Y como cada una de ellas era tan diferente y tan especial consiguieron algo que solo quien es afortunado consigue (pero, eso sí, no se dieron cuenta, fue algo que llega sin hacer ruido, de puntillas; con la sutileza de la buena bailarina, el canto melodioso de ese piano que consigue emocionarte, el dulce aroma de la cocina que cautiva al paladar más refinado o la elegancia personal llegada desde los Alpes con aire fresco de las montañas), el corazón desinteresado de la amiga fiel, la grandeza de una ayuda precisa en el momento oportuno o la satisfacción de saber que existe un lazo no impuesto que es tan fuerte como ellas quieran que sea. Y, por supuesto, todas las risa, tantas risas, más risas, muchas risas.
Se hicieron llamar las divinas y yo las conocí, sí, fui afortunada porque con ellas nunca me faltó sobre todo, algo muy importante: las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Pronto supieron confiar entre ellas, supieron actuar con franqueza y además... Estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Conectar fue muy fácil, enseguida llegaron a comprenderse. Todo y nada; todo cuando lo necesitaban, nada cuando no era el momento. Y por supuesto, estaban las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Y como cada una de ellas era tan diferente y tan especial consiguieron algo que solo quien es afortunado consigue (pero, eso sí, no se dieron cuenta, fue algo que llega sin hacer ruido, de puntillas; con la sutileza de la buena bailarina, el canto melodioso de ese piano que consigue emocionarte, el dulce aroma de la cocina que cautiva al paladar más refinado o la elegancia personal llegada desde los Alpes con aire fresco de las montañas), el corazón desinteresado de la amiga fiel, la grandeza de una ayuda precisa en el momento oportuno o la satisfacción de saber que existe un lazo no impuesto que es tan fuerte como ellas quieran que sea. Y, por supuesto, todas las risa, tantas risas, más risas, muchas risas.
Se hicieron llamar las divinas y yo las conocí, sí, fui afortunada porque con ellas nunca me faltó sobre todo, algo muy importante: las risas, tantas risas, más risas, muchas risas.
Foto: autor desconocido
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