" Yo seré siempre esclavo de mí mismo, eso es lo que soy, y debo tratar de vivir con eso".
Franz Kafka.
Fue una mañana, al cabo de los años, cuando me vi ojeando libros en aquella casa tan antigua que pretendía alquilar.
Mi casera me dijo que si quería se los podía llevar, pero a mí me gustaban. Le
dije que no me molestaban, aunque internamente deseaba que no se los llevara y
poder ojearlos tranquilamente. En seguida encontré uno que me llamó la
atención. Era un pequeño libro de bolsillo, en la portada había solo un
nombre, mi nombre. Busqué el del autor y ahí estaba, eras él. Abrí los ojos desmesuradamente, ni siquiera
sabía que escribía. El libro estaba firmado por él y tenía una dedicatoria. "A
Carlota siempre, con todo mi amor". ¿Quién era Carlota? Después de desaparecer de
mi vida, después de aquel día nublado en el que se marchó para no volver, no
supe más de él. Sí, es cierto que sostenía la idea de volver a verle,
pero ni siquiera sabía dónde vivía. Había desaparecido de mi vida y ahora de
la manera más tonta volvía, pero no físicamente, simplemente llegaba a mí de forma tan casual como las mejores cosas
suelen aparecer. Yo estaba en el mejor momento, ahora me sentía fuerte por
primera vez desde hacía tanto tiempo y sonreí feliz.
Me dije a mí misma que debía
encontrarle, el destino me había puesto en las manos algo poderoso, algo que no
podía dejar escapar. Primero, pensé que debía leer el libro y asegurarme de
que era él realmente y no un espejismo del pasado. Me pregunté si no sería
otra persona que coincidiera con su nombre, pero… ¿Y el mío? Era mucha
casualidad. El título del libro era Esperanza. Bueno, quizá el que lo escribiera
no pensara en un nombre de mujer, sino en ese sustantivo abstracto que nos
mantiene en la espera siempre de algo mejor. Preguntas, tantas preguntas me
hacía que decidí no dilatarme por más tiempo y comenzar a leer.
Aquel día se me pasó sentada en el
sofá con el libro en las manos, comí tarde y cualquier cosa y al llegar la noche lo
cerré con un suspiro y muchas más dudas. Sin embargo, algo había cambiado en
mí, pensé que si él no había vuelto, era porque no había querido. Por
mucho que la Esperanza del libro le atrajera, la dejó y de eso habían pasado
ya diez largos años en los que probablemente él había encontrado lo que
buscaba, de ahí la dedicatoria que el libro llevaba. No iba yo ahora a parecer
en su vida diciendo aquí estoy, un día te fuiste, me hiciste daño, pero lo
superé y además no he logrado olvidarte.
¡Oh, qué puta casualidad es el amor! Como diría Lorca, aunque omitiendo el calificativo.
Siempre te enamoras de quien no debes, de quien no quieres, y por más que lo
intentes qué difícil se te hace renunciar.
Lo dejé pasar, quizá porque seguía pensando
que si la casualidad me había traído ese libro también podría traerme a él,
quizá porque sabía que ya nada iba a ser como antes y que no merecía la pena,
quizá porque prefiriera tenerle en mis fantasías y que de llevarlas a cabo irremediablemente se
derrumbarían. El caso es que seguí con mi vida hasta que otros diez años más
tarde EL SONIDO HUECO DE SU VOZ retumbo en mis
oídos. Supe que era él sin verle. Me quedé paralizada, con miedo a darme la
vuelta y comprobar que después de veinte años habías aparecido y justo antes de
hacerlo sentí que se esfumaría como el vapor de un baño caliente que se convierte en frío al desvanecerse. Pero no, ahí siguió,
quieto y seguro como nunca lo había visto. Le invite a mi casa y aceptó. En el
camino me enteré quién era Carlota, su hija. Carlota era la niña de sus ojos,
la pequeña que ya tenía quince años y que cada vez entendía menos. No me
atreví a preguntarle por qué se fue de mi vida, pero él me lo contó, o por lo menos, eso fue lo que intentó cuando dijo:
Hay cosas que es mejor dejarlas un el momento justo. Si
no se corre el riesgo de perderlas para siempre. Yo te dejé, y después me
arrepentí, pero ya era tarde, encontré otra vida que creí que podía ser mejor,
pero nunca lo sabré, solo fue otra de las muchas que podía haber tenido. Y un
día, como no podía ser de otra manera, me vi escribiendo tu nombre en un libro
que nada tenía que ver con nosotros, tan solo con ese sentido que tiene tu
nombre, Esperanza. Y esperé a que pasara algo que no pasaba, hasta hoy.
Parecía muy bonito todo lo que me decía, pero ahora era yo
la que desconfiaba. Sí, desconfiaba de alguien que creí conocer una vez, de
alguien que ya no sabía quién era y pensé que si hubo un tiempo en el que se sintió ahogado,
en el que el aire se le hizo denso y le costaba respirar, aquello podría volver
a pasar. Pero quise anular ese pensamiento y dejarme llevar. Ahora sé que fue
un error.
Al cabo un año de volver a vivir juntos, una
tarde se acercó a mí, me miró y supe que algo iba a pasar. Comenzó a hablar, yo
no quería escuchar. Decía que tenía dudas y no sabía qué camino tomar. Se sentía bloqueado. “Lo más probable es que
me equivoque como siempre” dijo, pero... Y aquí desconecté sabiendo lo que
sucedería. A la mañana siguiente en la mesa de la cocina encontré su libro con mi nombre impreso. Dentro podía ver como sobresalía una hoja, tiré de ella y leí:
Pasan las horas y sigo entrelazando
pensamientos. Sueño con ser alguien sin más. Fantaseo con la idea de que no
tengo por qué plantearme nada, simplemente dejarme llevar, pero es solo eso,
una fantasía. En el fondo de mí sé que es imposible. La indecisión y el
razonamiento forman parte de mi ser y es algo de lo que no puedo prescindir.
Llevo un año feliz contigo, y sin embargo, no he logrado escribir ni una sola línea. Pensé que podría resolverlo, que yo no sería otro Kafka y tú mi Felice, que esta vez podría salir bien, pero me he dado cuenta de que no es así. Soy tan feliz a tu lado que estoy completamente bloqueado y cada día que pasa siento que no puedo seguir así.
Llevo un año feliz contigo, y sin embargo, no he logrado escribir ni una sola línea. Pensé que podría resolverlo, que yo no sería otro Kafka y tú mi Felice, que esta vez podría salir bien, pero me he dado cuenta de que no es así. Soy tan feliz a tu lado que estoy completamente bloqueado y cada día que pasa siento que no puedo seguir así.
Me gustaría ser alguien que no se cuestione
nada, alguien cuya vida sea vivida sin pensar si es la buena, si pudo haber
otra, alguien que ahora no escriba ni se plantee si quiere vivir contigo porque
solo el hecho de vivir le sea suficiente, alguien que no necesite escribir para estar vivo y que no tenga que elegir entre tú y esta insana afición que me tiene condenado.
Siento envidia y siento pena, porque
al tiempo que admiro esa facilidad para adaptarse a todo de algunas personas, sé que no sería yo si
no analizara o cuestionara, si no sintiera la irremediable necesidad de dejar
de vivir mi vida para sumergirme en otras que no son mías y que me ayudan a
entender.
Lo siento.
¡Mamón! Dije mientras pensaba que volvería a encontrame entre las páginas de algún libro.