Como venía
haciendo desde hacía tanto tiempo, me senté frente al ordenador y me dispuse a
escribir. No era consciente de lo que escribía hasta que sonó el timbre y
desperté del letargo en el que la escritura me había embutido. Después de
contestar con amabilidad a la vecina que no sé qué me decía de un ruido que se
oía en la escalera, leí lo escrito hasta entonces. Todo era absurdo, sin
fuerza. Mis ansias creadoras se confundían con una banal y absoluta desidia.
Comprendí que era el momento de despertar, o quizás el momento de resucitar, a
juzgar por cómo mi total estado de latencia me había sumergido en algo más
próximo a la muerte que a la vida. Decidí, por primera vez en mi vida
consciente de mis pensamientos, que había llegado el momento de la verdad, mi
vida debía dar un giro de 180 grados o yo perecería entre sus lagunas de desdén
absoluto.
Sin vacilación
me dispuse a Hacer un pequeña maleta con lo más necesario y sin pensármelo dos
veces cerré la puerta de mi casa sin saber por cuánto tiempo.
Me dirigía a
casa de mi hermana para pedirle la autocaravana. Sería sólo por unos días y
ella ahora no la utilizaba. Me sorprendió ver, cuando llegué a su casa, las ventanas
todavía cerradas. A esas horas ella normalmente ya había llegado de trabajar.
Llamé al timbre, un interruptor aparatoso que me producía sacudidas en el estomago
al pulsarlo. Me temblaban los brazos, tenía sed y ese vértigo que hace que las
pulsaciones se aceleren al sentirte próximo al abismo. Volví a pulsar, ahora
con más timidez, no sabía bien lo que estaba haciendo. Esperé y cada minuto se
hacía eterno. Cuando estaba dispuesta a irme escuché una voz por el interfono.
El trepidante y
molesto rugido del telefonillo al ejercer su trabajo de abrir la puerta taladró
mi cerebro. Perdí la movilidad, mis músculos no respondían. Pensaría que era un
loca. Qué le iba a decir, que me iba por ahí a pasar la vida, a recorrer mundo
en su autocaravana. El maldito interruptor seguía descontrolado provocándome tantas
molestias que poco a poco fui moviéndome. Primero los brazos, las piernas, poco
a poco estiré mis articulaciones al tiempo que abría los ojos y me alejaba de
esa puerta, de ese timbre, de esa libertad. Mi habitación apareció entonces ante mis ojos y
sentí el alivio de la seguridad y la angustia de sentirme en el mismo punto
muerto.
¡De hoy no pasa! Me dije mientras me desperezaba.
Imagen: autor desconocido
Y la continuación del paseo por tus habitaciones de escritora me ha deparado una nueva y agradable sorpresa...:-)
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