La sorprendió el rostro indiferente que tenía la niña, era evidente que se sentía perdida, pensó. ¡Qué necesitada de cariño parecía estar! No pudo más y la emoción la embargó resbalándole por las mejillas estériles de besos y caricias una cascada de lágrimas.
–Quiero pensar que lo vas a encontrar. –Musitó mientras se secaba las lágrimas con la manga de su bata.
Desde ese día no dejó de pensar en acoger a algún pequeño, sin embargo, algo la frenaba. En principio lo achacaba al temor de que a ella no se lo dieran por no tener pareja, aunque sabía y era inútil negarlo, que lo que realmente la frenaba era el temor al dolor, al dolor de dar cariño, de recibirlo y de perderlo. Esa había sido la verdadera y única razón de que estuviera sola y de que hubiera dejado pasar de largo tanto amor en su vida, de que no intimara con nadie y de que ahora se debatiera entre un mar de dudas. En sus cavilaciones quería convencerse de que el dolor que ella pudiera sentir tenía que ser compensado con el bien que haría, pero a la vez que pensaba esto aparecía ante ella una barrera infranqueable. Lo deseaba con todas sus fuerzas pero no conseguía liberarse de sus temores. No, realmente no podría pasar por lo que contaban las familias de acogida:
“Acogimos a la pequeña Amanda con gran ilusión, queríamos darle un poquito de lo que teníamos a alguien que de verdad lo necesitara. Apareció en nuestras vidas una mañana gris y con recelo, un poco intimidada, se acercó a nosotros. Temíamos darle miedo, que no se integrara pero todo funcionó de maravilla, a pesar de su corta edad y de su enfermedad era una niña dulce que quería ser feliz y nos daba día a día un poco de lo que ella tanto necesitaba. Vivimos su operación y su recuperación, la enseñamos nuestro idioma e intentamos hablar el suyo, reímos, lloramos y acercamos tanto nuestros corazones que cuando llegó el día de su marcha ya estábamos intentando volver a tenerla con nosotros. Esto no fue posible. Con gran dolor dijimos adiós a la pequeña Mandy, como nosotros la llamábamos, después de un año. Mandy voló a país y en nuestros corazones nos dejó ese dolor que solo te deja la marcha de alguien muy, muy querido”
No, era demasiado para ella, no soportaría ese dolor, lo mejor era dejarlo estar. ¿Quién sabe? Quizá algún día…
Imagen: Richard Avedon
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